Michael tenía el don de sacar las notas del pentagrama, soplarlas a través del cuerpo de su saxofón tenor y convertirlas en aves que vuelan representando eso que sólo las aves pueden representar: libertad.
Michael no fue el típico saxofonista de jazz. No le bastó ser un virtuoso del instrumento: fue más allá y entendió como nadie el lenguaje del sentimiento, de la improvisación, de la creación.
Un creador inmediato, un dios cuyo instrumento fue el saxofón tenor. Michael Brecker se movió siempre por los terrenos de la perfección. Ninguna de sus notas grabadas voló en vano de su tenor: instrumento que sólo con él ha logrado obtener el real atributo de multifacético.
Nació en 1949, en una casa donde constantemente giraba jazz en la tornamesa. Su padre, abogado y músico aficionado, instruyó a Michael y a Randy (el hermano mayor) en el buen gusto musical: los llenó de discos y antes de ingresar a la preparatoria ya habían disfrutado de los espectáculos en vivo de Miles Davis y Duke Ellington.
Pronto descubrió la magia de John(dios)Coltrane y entonces cambió el clarinete por el saxofón tenor… Antes de los veinte ya daba conciertos y era requerido en los estudios de grandes de la altura de John Lennon, Lou Reed, James Taylor, Bruce Springsteen, Frank Sinatra y Eric Clapton; con su hermano formó la banda de jazz fusión más importante e influyente de los setentas, excelentemente nombrada The Brecker Brothers.
Su nombre aparece en más de 800 grabaciones como colaborador o invitado y su carrera como solita, con poco más de una decena de producciones, se mereció 11 premios grammy.
Michael Brecker no pudo librar la batalla contra el cáncer. Su sangre estaba destinada al declive. Pasó dos años luchando contra la muerte. Dejó de tocar (los dolores en la espalda le impedían cargar la otra parte de su cuerpo, el saxo) y fue entonces cuando empezó a morir.
Nunca ha habido un saxofón tenor tan perfecto, tan colérico, tan romántico. A veces sorprendía la complejidad de sus improvisaciones cercanas al free-jazz, otras muchas, la sencillez se apoderaba de su toque y nos elevaba miles de millas con notas largas y candencias entendidas con los ángeles.
No podría recomendarles algo en específico. Hay que entender que ninguna nota salió en vano de su saxofón. Michael ha sido, hasta hoy, el principal perfeccionista del instrumento y el más reciente revolucionario de los esquemas de improvisación, además de convertirse en el único maestro de la expresión melódica. Él ha sido el saxofonista más influyente de la era post-Coltrane.
Hay miles de grabaciones con su aliento: desde sus toques en la legendaria Tenth Avenue Freeze Out de Bruce Springsteen, hasta la tremenda corretiza, con Bob Mintzer, en Invitation, grabada en vivo y conservada para la historia en el álbum The Birthday Concert, del tambien genial Jaco Pastorius; pasando por el toque mágico en la samba de Eliane Elías, el avant-garde de Steps Ahead y la emotiva, límpida versión de Naima en el tributo a Miles y Coltrane: Directions in Music, live at Massey Hall, donde, junto a Herbie Hancock, Roy Hargrove, John Patitucci y Brian Blade, demostró que el toque del otrora dios del saxo ahora le pertenece… pertenecía.
Espero que hasta ese jazz-bar abierto 24 horas (que es lo que debe ser el más allá), Michael se haya llevado la extensión de su cuerpo, su inconfundible, brillante y orgánico Selmer Mark VI: quiero alimentar la creencia de que fue enterrado con su saxofón favorito.
Ahora pues, no hay mejor tributo que disfrutar de su música, cada nota que salga de las bocinas será un aliento más para el hombre que obtuvo un corazón de dorado metal: si ustedes invierten dos saxofones y los colocan uno frente al otro, como el reflejo de un espejo, obtendrán algo parecido a un corazón, así es, estoy seguro, el corazón de Michael.
Michael no fue el típico saxofonista de jazz. No le bastó ser un virtuoso del instrumento: fue más allá y entendió como nadie el lenguaje del sentimiento, de la improvisación, de la creación.
Un creador inmediato, un dios cuyo instrumento fue el saxofón tenor. Michael Brecker se movió siempre por los terrenos de la perfección. Ninguna de sus notas grabadas voló en vano de su tenor: instrumento que sólo con él ha logrado obtener el real atributo de multifacético.
Nació en 1949, en una casa donde constantemente giraba jazz en la tornamesa. Su padre, abogado y músico aficionado, instruyó a Michael y a Randy (el hermano mayor) en el buen gusto musical: los llenó de discos y antes de ingresar a la preparatoria ya habían disfrutado de los espectáculos en vivo de Miles Davis y Duke Ellington.
Pronto descubrió la magia de John(dios)Coltrane y entonces cambió el clarinete por el saxofón tenor… Antes de los veinte ya daba conciertos y era requerido en los estudios de grandes de la altura de John Lennon, Lou Reed, James Taylor, Bruce Springsteen, Frank Sinatra y Eric Clapton; con su hermano formó la banda de jazz fusión más importante e influyente de los setentas, excelentemente nombrada The Brecker Brothers.
Su nombre aparece en más de 800 grabaciones como colaborador o invitado y su carrera como solita, con poco más de una decena de producciones, se mereció 11 premios grammy.
Michael Brecker no pudo librar la batalla contra el cáncer. Su sangre estaba destinada al declive. Pasó dos años luchando contra la muerte. Dejó de tocar (los dolores en la espalda le impedían cargar la otra parte de su cuerpo, el saxo) y fue entonces cuando empezó a morir.
Nunca ha habido un saxofón tenor tan perfecto, tan colérico, tan romántico. A veces sorprendía la complejidad de sus improvisaciones cercanas al free-jazz, otras muchas, la sencillez se apoderaba de su toque y nos elevaba miles de millas con notas largas y candencias entendidas con los ángeles.
No podría recomendarles algo en específico. Hay que entender que ninguna nota salió en vano de su saxofón. Michael ha sido, hasta hoy, el principal perfeccionista del instrumento y el más reciente revolucionario de los esquemas de improvisación, además de convertirse en el único maestro de la expresión melódica. Él ha sido el saxofonista más influyente de la era post-Coltrane.
Hay miles de grabaciones con su aliento: desde sus toques en la legendaria Tenth Avenue Freeze Out de Bruce Springsteen, hasta la tremenda corretiza, con Bob Mintzer, en Invitation, grabada en vivo y conservada para la historia en el álbum The Birthday Concert, del tambien genial Jaco Pastorius; pasando por el toque mágico en la samba de Eliane Elías, el avant-garde de Steps Ahead y la emotiva, límpida versión de Naima en el tributo a Miles y Coltrane: Directions in Music, live at Massey Hall, donde, junto a Herbie Hancock, Roy Hargrove, John Patitucci y Brian Blade, demostró que el toque del otrora dios del saxo ahora le pertenece… pertenecía.
Espero que hasta ese jazz-bar abierto 24 horas (que es lo que debe ser el más allá), Michael se haya llevado la extensión de su cuerpo, su inconfundible, brillante y orgánico Selmer Mark VI: quiero alimentar la creencia de que fue enterrado con su saxofón favorito.
Ahora pues, no hay mejor tributo que disfrutar de su música, cada nota que salga de las bocinas será un aliento más para el hombre que obtuvo un corazón de dorado metal: si ustedes invierten dos saxofones y los colocan uno frente al otro, como el reflejo de un espejo, obtendrán algo parecido a un corazón, así es, estoy seguro, el corazón de Michael.