30.11.07

Campos de concentración

Presenciar un concierto de Alejandro Campos es como mirar un video de jazz de los años cincuenta. Un grupo de cuatro personas proyectando lo que saben y pueden tocar, cada uno en su mundo, en su instrumento, pero eso si, sin olvidar que son guiados por un líder, por un maestro que guía a los demás, y que solo le interesa tocar jazz.

Cuando Alejandro toca su saxofón es serio, no hace fiestas, y mucho menos trata de quedar bien con el público que lo escucha, simplemente interpreta, siente su música y no le interesa nada más, simplemente crea su propio campo de jazz que cultivaría cuando apenas contaba con nueve años de edad y se ponía a escuchar a Dave Brubeck, Thelonious Monk, y a John Coltrane entre otros, gracias a su hermano Edgar, que también se dedico al jazz tocando la batería.

A los quince años fue influenciado por la música de Miles Davis, decide tocar la trompeta, la cual no le gusto mucho, para después decidirse a tocar el saxofón. A sus dieciocho años tubo su primer contacto con otros jazzistas, cuando se encontró con el pianista Eugenio Toussaint. Juntos tocarían un palomazo donde Eugenio quedaría encantado de tocar con el saxofonista, y lo invitaría a seguir tocando con él.

Alejandro campos es un músico que ha estado en grandes proyectos de jazz mexicano. Estuvo con Roberto Aymes con el grupo Blue Note, grabó con Sacbé dos discos y también participó en la creación del grupo Astillero. Todo sin contar las numerosas participaciones en vivo que ha tenido con otros artistas de talla nacional.

En el año 2000 formó su propio cuarteto con el que toca actualmente, participando en salas de conciertos, así como en restaurantes prestigiados, pero eso si, sin dejar a un lado su estilo serio en la interpretación.

“Al jazz hay que ponerle atención, ya que no es como los temas que generalmente escuchamos en la radio, de esos que no duran mas de tres minutos. No, para tocar jazz, así como para escucharlo, hay que tener una cultura del jazz y llenarse de él, pero sobre todo, hay que prestarle mucha atención” eso dijo Alejandro campos un 23 de noviembre del 2007 en el cuarto festival de jazz en Pachuca. Creo que de ahí viene su manera sería de tocar, ya que cuando lo hace, profundiza y siente cada una de las notas que salen de su saxofón.

Alejandro no es un jazzista complaciente, el toca lo que le gusta, experimenta con la música y trata de llegar a una mejor improvisación. A veces da la impresión de que en cualquier momento dejara su sax para regañar al distraído que no lo escucha, o sencillamente, parece que se pierde entre las sincopas y las creaciones que se generan en el instante.

No lo sé, quizás y en ese concierto él estaba enojado, y generalmente acostumbre a sonreír y ser mas activo en escena. Pero ese día, mientras tocaba a Stan Getz y a otros grandes del jazz, me pareció ver todo en blanco y negro. Creí entrar en la gran época del hard bop, y escuchar el jazz clásico que pocos se atreven a tocar en la actualidad. Fue como retroceder en el tiempo hasta ser parte de la concentración de Alejandro Campos, y entender porque Coltrane y Davis tocaban de manera tan sería, sin afectarles quien los escuchara, sin impórtales hasta donde pudiera llegar su música.

Compositor hidalguense presenta sus piezas musicales de 25 años de trayectoria

Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, existió en el Estado de Hidalgo uno de los compositores más importantes que ha dado nuestro país, Abundio Martínez. Él era un músico capas de componer e interpretar melodías que plasmaron lo que México vivía en aquella época. En la actualidad, en nuestro Estado, todavía contamos con músicos capaces de componer, interpretar e incluso, experimentar en algún instrumento musical, como es el caso del pianista Luis Jaime Escorza.

Luis Jaime se presentó en el Auditorio Baltasar Muñoz Lumbier el 25 de noviembre del 2007 para celebrar sus 25 años de trayectoria musical. Llevó acabo un recital de su música interpretada en el viejo piano universitario, que cuando alguien llega tocar sus pedales, rechinan al igual que las sillas del auditorio. Pero aun así, el pianista se aventuró a presentar un concierto lleno música que no se encuentra grabada en ninguna compañía discográfica, que solo se escucha en alguna sala de conciertos o en alguna escuela de artes.

El concierto duró alrededor de una hora, tocando temas con los que el compositor iniciara su carrera artística en los años ochenta, como “Preludio en C” “Sueña”, y temas que ha compuesto en los últimos años como “Mar de ser” y el tema “Melsyl”.

A la mitad del concierto fue acompañado por la voz de Susana Mijangos, soprano que estudió la licenciatura en canto de ópera y concierto, en el Conservatorio Nacional de Música. Juntos interpretaron dos temas, pero el que más emocionó al público fue “Tesis en Mi”, donde la soprano recita dentro del tema un pensamiento escrito por el propio compositor en Náhuatl:

“Les pregunto a los árboles por ti, y caen desmoronados en pájaros sin mirarme si quiera. A veces el silencio se convierte en un hongo que crece hasta ser cielo y grita,
y llora, para que no me atrape antes de preguntar otra ves por ti”.

Jaime tuvo sus primeros estudios formales en la Escuela de Música José F. Vázquez, continuándolos en la Escuela nacional de Música de la UNAM, donde estudió piano, armonía y contrapunto. En 1996 fue becado en la categoría de creadores con trayectoria en el área de composición musical, del Fondo Estatal para la cultura y las Artes de Hidalgo con su proyecto “Tesis en Mi”

Al final del concierto Luis recibió las felicitaciones de su público, y fue tanta la emoción que provocó el pianista, que las personas que se encontraban en el lugar lo obligaron a subir al piano, para que tocara nuevamente. Él aceptó, y tocó alrededor de diez minutos más, demostrando que es un pianista exigente en lo que toca, rígido con su público, sin olvidar que no es el primer pianista, ni el último que lo habrá en el Estado de Hidalgo.

25.11.07

Jazz Tempo: Un camino largo por recorrer

Es triste que un grupo musical no goce de una compañía discográfica, y más cuando son músicos dedicados a difundir un género en especial, como el grupo Jazz Tempo que fundó el bajista Alex Loyola por el año de 1986.

Loyola inició este proyecto de jazz con personas distintas y, como suele pasar en la mayoría de los grupos musicales, siempre hay personas que se quedan en el camino, pero hay otras que entran y se fusionan muy bien con los proyectos. Desde hace tres años este quinteto pudo consolidarse con Mauricio Blass en la batería, el argentino Jorge Cristians en el saxofón, Arturo Ramírez en el piano y Fabiola Chávez en la voz.

Todos ellos con edades distintas, Mauricio y Fabiola no rebasan los 30 años de edad, mientras que Arturo ya anda pasando de los treinta. Jorge al igual que Alex, oscilan ya por los cuarenta y tantos años. Pero las variaciones de edades no ha sido un obstáculo para ellos, sino todo lo contrario, o al menos eso me contó Alex cuando tuve la oportunidad de platicar con él en el cuarto festival internacional de jazz de la ciudad de Pachuca “Si, tenemos edades distintas, pero eso ha hecho más rico el proyecto”.

“Jazz Tempo, es el tiempo exacto de hacer jazz, el momento justo y adecuado para explorar este genero, y difundirlo” comentaba Alex. Y así lo tratan de hacer en su disco que no tiene un nombre en especial, pero que si cuenta con seis temas que ellos mismos consideran un estándar en el genero: “I’ve got you under my skin”, “Night and Day” de Cole Porter, y también temas conocidos como “Bésame mucho” o “La Chica de Ipanema”.

Es curioso, pero a pesar de que en su disco pueden sonar cuadrados y alivianados, en vivo son distintos. Se pueden fusionar perfectamente con otros ritmos, pueden tocar jazz con un poco de reggue, pasar por el funk a los estilos africanos y todo esto en canciones tan comunes como “blue moon” o “una mañana”.

Así es como ellos saben mezclar el jazz, sin perder el estilo y el estándar. Tocando en restaurantes nocturnos, como en lobbies de hoteles renombrados, esperando ser llamados en los festivales musicales del país, encontrando caminos inesperados, perfectamente improvisados, siempre con una mirada sincopada.

Para Jazz Tempo es el tiempo justo de tocar jazz, aceptar que han pasado por otros géneros como el pop, el rock o los boleros sin despreciarlos, sabiendo que tarde o temprano se encontrarían con el jazz para nunca soltarlo, y sentir la música en cada concierto. Seguir tocando hasta que el tiempo se acabe, seguir recorriendo el camino, con la ilusión de quedar grabados algún día en la historia mexicana del jazz, sin importar cuanto se tenga que recorrer, sin pensar cuanto se tenga que caminar.

18.11.07

Musicalmente tolerante


“No es malo que los violines se escuchen a destiempo, lo malo sería que los violines jamás se pudieran escuchar”

Si te gusta el rock, no puedes escuchar pop. Si saboreas la música sinfónica no debes oír dance. Pero si escuchas jazz, ¿Qué es lo que no puedes escuchar? Hago esta pregunta debido a que este 16 de noviembre, como todos los años, se celebra el día internacional de la Tolerancia, ese día donde supuestamente debemos reflexionar acerca de la libertad y el respeto que le tenemos a las demás personas y a nosotros mismos.

Se habla de la tolerancia en el género, en lo político, de raza, entre otros y, ¿Dónde quedó la tolerancia musical? ¿Cuántas veces en nuestra casa nos han prohibido poner algún disco sólo porque a alguien no le gusta escucharlo? creo que a todos nos ha pasado, y tenemos que reprimir nuestros gustos musicales en lo más profundo de nuestro corazón.

Creo que no importa cuantos géneros musicales nos puedan gustar, que en nuestra colección de discos tengamos a La Orquesta Sinfónica de Nueva York, un disco de Peter Gabriel, una colección completa de José Alfredo Jiménez, un disco de John Coltrane, un sencillo de Michael Jackson en acetato, y un disco de José José y Gloría Trevi, ¡que importa cuanta diversidad tenga nuestra colección, si existe la tolerancia!

La tolerancia de que puedo escuchar “Take Five” de Dave Brubeck para después poner “Amar es algo más” de Los Amigos Invisibles. De ahí pasar a una buena cumbia de Los Ángeles Azules y después poner una canción de Devendra Banhart o de Tony Bennett. Y es que eso es lo mágico de la tolerancia musical, de disfrutar cada tema que pasé por nuestros oídos y conocerlo, ya que peor sería quedarse en la ignorancia de no haberlo escuchado.

Imagínense que los jazzístas fueran verdaderamente herméticos en sus gustos musicales. Si eso fuera así, hoy no existirían grupos como Gotan Project, que mezclan los tangos con la música electrónica, o Poncho Sánchez haciendo salsa con jazz. Los experimentos de mezclar rock, jazz, boleros, música de cámara de John Zorn, Mr. Bunlge o el grupo Laba sencillamente no existirían.

Chick Corea nunca hubiera interpretado “El concierto de Aranjuez” en su album Light as a Feather, y Miles Davis nunca se hubiera mezclado Rap en su último disco llamado Doo bop. Caetano Veloso jamás habría cantado “Farolito” de Agustín Lara, “Come as you are” de Nirvana” o “Eleanor Rigby” de Los Beatles.

En pocas palabras, si el jazz no fuera tolerante, se habría quedado en los años veinte, con el swing y nada más. No hubiéramos disfrutado de grandes fusiones que existen ahora. Simplemente el blues y el jazz seguirían escuchándose únicamente en los barrios bajos de las grandes ciudades, esperando a ser tolerados, buscando la libertad de ser algún día escuchados.

7.11.07

Concierto un poco Prieto

Es raro, pero de pronto, caminando, entre esas calles donde sopla un viento acompañado de polvo y soledad, encontré un concierto de jazz. Lo más curioso de todo es que por primera vez, esa armonía de sonidos serían solo para mí, sin que nadie más lo pudiera escuchar.

Llegue aquel restaurante, observé que las mesas se encontraban vacías pero, en cambio, el escenario estaba repleto de sonido, lleno de energía sincopada, como si el cuarteto de músicos estuvieran frente a más de cien mil personas pero, solo estaba yo.
Decidí sentarme, escuchar el sonido que dispersaba el cuarteto de Pablo Prieto y, esperar a que algo sucediera, y en efecto, sucedió bastante. Ya que no solo escuché, también observe a cuatro músicos enamorados del jazz que no les importó tocar frente a mí o frente a nadie. No puedo olvidar por ejemplo, la sonrisa de Dulce Recillas mientras tocaba el piano, que de vez en cuando paraba la cabeza para mirar a sus compañeros, y sus manos parecían dos bailarines contentos sobre un piano, que bailaban con la mejor intención de hacer jazz.

Algo que también observé fue un contrabajo lleno de pasión femenina y, aunque ya había observado tocar este instrumento por una mujer, nunca lo había visto hacerlo como lo hizo Pilar Sánchez aquella noche, no estoy seguro pero, creo que ella ama su contrabajo, porque lo tocaba con fuerza, como se abraza a la persona que uno ama, y al mismo tiempo, era cuidadosa en cada una de sus notas, dejando en cada una de ellas, un feeling de alegría y calor.

Jorge Brauet de vez en cuando descansaba su Saxofón, se iba del escenario y regresaba para volver a tocar, y cuando lo hacía, no titubeaba en hacerlo de manera sorprendente, de pronto cerraba los ojos, de vez en cuando su sonido resaltaba de los demás instrumentos y le daba el toque romántico al concierto. Cuando menos sentía, desaparecía nuevamente del escenario o dejaba que sus compañeros improvisaran.

Este cuarteto estaban encabezados por Pablo Prieto en la Batería, un músico que dejaba notar su talento en la sencillez de sus percusiones. Y es que no es como los bateristas que tratan de lucirse golpeándole a su instrumento lo más duro y rápido posible cuando les toca improvisar, sino todo lo contrario, trataba de tocar sus platillos y sus tambores con delicadeza. A Pablo no le interesaba sonar fuerte, le interesaba sonar bien. Sus improvisaciones no era muy largas, como lo hiciera alguna vez Art Barkley, pero fueron suficientes para hacer vibrar las botellas de vino que se encontraban en las mesas, y sellar su sonido en los aires pachuqueños.
Así tocaron alrededor de dos horas y, al final, me acerque a ellos para preguntarles como se habían sentido al tocar en aquel lugar, a lo que el cuarteto contesto con un tono sarcástico: “Muy padre, la verdad nos encanta tocar en lugares así, pero lo que más nos gusto fue la vibra de toda la gente que vino a vernos tocar”. Después me retiré con un excelente sabor de oído, preguntándome si algún día regresarán.
Bueno, la verdad es que también estaba el dueño del restaurante, los meseros y dos parejas de enamorados. Una se fue a la mitad del concierto, y la otra… creo que nunca se percató que había un concierto de jazz.

2.11.07

Muertos sincopados

“Podrá no haber jazzístas, pero siempre habrá jazz”

Esta ocasión quisiera hacer un altar de muertos distinto, no quiero poner a mis abuelos o a mis tíos lejanos, mucho menos el amor secreto que todos tenemos por ahí escondidos, tampoco deseo santificar a mi suegra o a mi mejor amigo que por circunstancias de la vida, se lo llevo el destino. Esta vez ambiciono hacer un altar de muertos con todos los músicos sincopados, y ponerles como ofrenda sus mayores placeres y deseos, para que la calaca tilica y flaca se llene de jazz.

Comenzaré con Michael Brecker que el destino se lo llevó al cielo para seguir componiendo con su saxofón el 13 de enero del 2007, un hombre que desde niño se le cultivo el jazz en el corazón, y que a sus veinte años de edad ya tocaba con Frank Sinatra, John Lennon, Erick Clapton, entre otros grandes. En su carrera como músico llego a ganar 13 Grammys, y se llegó a considerar el sucesor de John Coltrane, otro de nuestros integrantes en el altar de muertos.

Coltrane era otro amante del saxofón, uno de los mayores exponentes del jazz del siglo XX. Junto con el trompetista Miles Davis llegó a evolucionar la música, dejándose llevar por notas libres y duras, creando en los años cincuenta lo que se conoce como hard bop y free jazz. Miles y Jhon dejaron a la humanidad discos excelentes como “A Love Supreme”, “Milestones” y "Kind Of Blue”, discos que no necesitaron de gran tecnología para lograr la inmortalidad.

Para darle un poco de carisma a mi altar, pondré una fotografía de Louis Armstrong, la pondré entre una de las principales, junto a la de Juan José Calatayud, se que estos dos personajes le quitaran la tristeza a mi ofrenda, y la harán aun más original.

Y es que hablar de Armstrong es remontarse a los mejores años del swing, del jazz que volvía loco a todo el mundo en los años treinta, es escuchar una de las trompetas más locas y alegres de la historia. A Louis no le importaba tocar frente a gente negra o blanca, a el simplemente le interesaba tocar y hacer que las chicas se les enchinara la piel con su voz en la canciones románticas, así como provocar el baile a todos los hombres con lo alto de su trompeta. Sin duda, era una persona que se fundía en el escenario, que hacía, y hace olvidar, la tristeza a través de cada uno de sus temas.

Por otra parte Calatayud, este pianista mexicano que no podía faltar en nuestro altar, y que sin duda, su alegría y carisma hará que las flores de cempasúchitl se pongan a bailar. Un pianista que también tocaba con el corazón, que no necesito de un pedal para convertirse en uno de los mayores exponentes del jazz en México. Si por él hubiera sido, habría tocado con una sola mano, con un sólo dedo, y de cualquier forma su música se hubiera quedado en la eternidad. Seguramente muchos jazzístas de la actualidad han de querer resucitarlo, pues todos aquellos que llegaron a tocar con él, saben que el único requisito para tocar con este pianista era disfrutar la música, equivocarse y volverlo a intentar, y quizás, equivocarse nuevamente, con la intención de formar algo nuevo.

Valla que será una ofrenda de muertos muy grande, donde también incluiré a Nina Simone, Ella Fitzgerald, Billie Holiday, James Brown. También a jazzístas un poco más melancólicos como Charles Mingus o Thelonious Monk. A todos ellos les pondré algo que disfrutaron en vida, instrumentos como el piano, saxofones, trompetas, una batería, armónicas, un banjo y una guitarra. También les dejaré un poco de marihuana, de cocaína, cigarros, un brandy, tequila, vino tinto, y buen whisky. De comer les dejare poco, solo comida árabe, china y mexicana, un poco de pan de muerto y, una grabadora escondida para que quede grabado el concierto espiritual entre todos estos maestros que aun hacen vivir el jazz.