7.11.07

Concierto un poco Prieto

Es raro, pero de pronto, caminando, entre esas calles donde sopla un viento acompañado de polvo y soledad, encontré un concierto de jazz. Lo más curioso de todo es que por primera vez, esa armonía de sonidos serían solo para mí, sin que nadie más lo pudiera escuchar.

Llegue aquel restaurante, observé que las mesas se encontraban vacías pero, en cambio, el escenario estaba repleto de sonido, lleno de energía sincopada, como si el cuarteto de músicos estuvieran frente a más de cien mil personas pero, solo estaba yo.
Decidí sentarme, escuchar el sonido que dispersaba el cuarteto de Pablo Prieto y, esperar a que algo sucediera, y en efecto, sucedió bastante. Ya que no solo escuché, también observe a cuatro músicos enamorados del jazz que no les importó tocar frente a mí o frente a nadie. No puedo olvidar por ejemplo, la sonrisa de Dulce Recillas mientras tocaba el piano, que de vez en cuando paraba la cabeza para mirar a sus compañeros, y sus manos parecían dos bailarines contentos sobre un piano, que bailaban con la mejor intención de hacer jazz.

Algo que también observé fue un contrabajo lleno de pasión femenina y, aunque ya había observado tocar este instrumento por una mujer, nunca lo había visto hacerlo como lo hizo Pilar Sánchez aquella noche, no estoy seguro pero, creo que ella ama su contrabajo, porque lo tocaba con fuerza, como se abraza a la persona que uno ama, y al mismo tiempo, era cuidadosa en cada una de sus notas, dejando en cada una de ellas, un feeling de alegría y calor.

Jorge Brauet de vez en cuando descansaba su Saxofón, se iba del escenario y regresaba para volver a tocar, y cuando lo hacía, no titubeaba en hacerlo de manera sorprendente, de pronto cerraba los ojos, de vez en cuando su sonido resaltaba de los demás instrumentos y le daba el toque romántico al concierto. Cuando menos sentía, desaparecía nuevamente del escenario o dejaba que sus compañeros improvisaran.

Este cuarteto estaban encabezados por Pablo Prieto en la Batería, un músico que dejaba notar su talento en la sencillez de sus percusiones. Y es que no es como los bateristas que tratan de lucirse golpeándole a su instrumento lo más duro y rápido posible cuando les toca improvisar, sino todo lo contrario, trataba de tocar sus platillos y sus tambores con delicadeza. A Pablo no le interesaba sonar fuerte, le interesaba sonar bien. Sus improvisaciones no era muy largas, como lo hiciera alguna vez Art Barkley, pero fueron suficientes para hacer vibrar las botellas de vino que se encontraban en las mesas, y sellar su sonido en los aires pachuqueños.
Así tocaron alrededor de dos horas y, al final, me acerque a ellos para preguntarles como se habían sentido al tocar en aquel lugar, a lo que el cuarteto contesto con un tono sarcástico: “Muy padre, la verdad nos encanta tocar en lugares así, pero lo que más nos gusto fue la vibra de toda la gente que vino a vernos tocar”. Después me retiré con un excelente sabor de oído, preguntándome si algún día regresarán.
Bueno, la verdad es que también estaba el dueño del restaurante, los meseros y dos parejas de enamorados. Una se fue a la mitad del concierto, y la otra… creo que nunca se percató que había un concierto de jazz.

1 comentario:

Unknown dijo...

Chucho, está padrísima tu crónica, pero, ¿dónde estuvo este grupo? Me has dejado con ganas de escucharlos y quisiera ver como por dónde busco.

Un abrazo desde esta parte de la ciudad.