29.5.08

Un hombre loco

Erase una vez un hombre loco que quería volverse loco. Busco varias maneras de lograrlo, una de ellas fue el alcohol, en algún momento de su vida se había cruzado con un borracho, el cual le dijo que no había mejor manera para perder la razón que por medio de una bebida adulterada. Así que fue a la licorería más cercana y compró una dotación completa de mezcal que le duró aproximadamente un mes. Durante todo el día, cuando tenía sed, para acompañar sus tres comidas, o por simple osadía, solo bebía mezcal rebajado con un poco de agua.

Pasaron dos semanas y se sentía diferente: un dolor de cabeza lo fastidiaba todas las mañanas, una intensa sed que se aparecía por las noches, retortijones en el estomago que le doblaban su cuerpo por las tardes, mareos que lo hacían tropezar, pero que no lo hacía sentirse loco, solo diferente, pero no loco.

Al término de todos sus panales de alcohol, decidió buscar otro método. Refugiado en los libros se encontró con Dante y con Goethe, mientras los leía sentía que estos hombres enterrados en sus letras le deban una nueva manera para lograr su meta, “no hay mejor manera de volverse loco que no sea por amor”. Alguna vez nuestro loco había sentido amor, pero ya habían pasado muchos años, ya no recordaba como demonios se sentía.

Así que salió con toda la vulnerabilidad de un hombre para encontrar a una chica, una Beatriz que lo volviera loco. Después de intentar por más de 3 meses, recordó porque había dejado de enamorarse. No era tan sencillo salir a la calle, sentarse en una banca o en un bar y sacarle la plática alguna chica, para después enamorarla, o enamorarse y, volverse completamente loco. Esta lección la aprendió gracias a 32 cachetadas, 51 insultos, 13 engaños y cinco coqueteos falsos de 44 mujeres por las que fue rechazado, eso sin contar a los 3 hombres que confundió con mujeres y a la chica que si la enamoró, pero que a él no le interesó.

Después de recordar lo difícil que es el amor y haber leído durante casi un año, se le ocurrió internarse en un manicomio, no hay mejor manera de que se te pegue una enfermedad sino convives con los enfermos. Así acudió a un centro de salud mental, esperó en la recepción un rato, y cuando lo atendieron declaro estar mal de sus facultades mentales. Usted no esta loco le dijeron, solo sufre un poco de estrés y de depresión, busque nuevas metas en su vida y vera que no esta loco. Al ver que sus declaraciones no funcionaban, sencillamente empezó a lamer y a patear todo lo que tenía enfrente hasta que por fin lo encerraron con más locos.

Internado duró solo veinte días, las agresiones físicas de los demás internos, los acosos de algunos médicos, y los tranquilizantes que a diario le inyectaban lo hicieron desistir. Quería volverse loco, no le cabía la menor duda, envidiaba a cada uno de sus compañeros que en verdad lo estaban, pero quería estar loco, no traumado.

Un día decidió escapar de la clínica sin dar las gracias y buscar nuevas maneras de volverse loco, si un loco, pero no a uno que le tuvieran miedo, que estuviera encerrado, o que su locura tuviera que depender de alguien más.

Pasaron los días, y mientras pasaba por el jardín de alguna universidad, observó a unos jóvenes que reían y reían sin penas, y de las risas podían pasar a las lágrimas, para después ponerse a cantar. Ellos están locos, dijo nuestro loco, y lo mejor es que nadie les teme, nadie los corre, y ahí están como hombres perdidos en el espacio, sin importarles el tiempo.

Decidió acercarse a ellos ofreciéndoles unos libros que se los vendería a mitad de precio, no se le ocurrió otra cosa más que venderles algo, y lo único que traía eran los libros que hace poco había leído.

Los jóvenes vieron los libros, se sorprendieron de la lectura del hombre y uno de ellos le ofreció pasto a cambio del libro. ¿y yo para que quiero pasto? Dijo nuestro hombre loco. Sino no lo has probado, permíteme que se sea yo quien te dé tu primera bocanada, ya verás que sentirás diferente. Nuestro loco pregunto si esa diferencia lo podía hacer loco, para lo que nuestros universitarios le contestaron que solo el exceso del pasto y otras drogas le provocaría la locura, para lo que nuestro loco les pidió que le consiguieran la mayor cantidad de pasto y otras drogas.

Al final consumió tres kilos de marihuana y veinte gramos de cocaína en dos semanas. Durante ese tiempo comió muy poco, y por momentos, sentía que lograba su objetivo. Su problema fue cuando mezclo la cocaína con el pasto, y sin haber fumado antes en su vida, fue a dar directamente al hospital.

Cuando se dio cuenta que no podía volverse loco, decidió buscar un trabajo, estudiar por las tardes y reconquistar a la chica que había enamorado hace tiempo, en pocas palabras, llevar una vida normal. Así transcurrieron seis años, y justamente cuando ya había formado una familia, un trabajo con futuro y estaba decidido dejar de beber, se miro al espejo y recordó su etapa cuando quería ser loco. En ese momento su mujer interrumpió sus recuerdos y con una risa le dijo: hace tiempo que no te ponías así, sin hacer absolutamente nada, solo pensando en ti, como si tuvieras algo en mente… ¿sabes porque me enamore de ti?, porque estas verdaderamente loco.

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