2.5.08

El experto


Estaba cansado de escuchar comentarios de jazz que me molestaban, me irritaban, eso de creerse un sabelotodo en algún género musical me que causa sueño - me decía hace poco un aficionado al jazz - . Tienen todos los discos originales de Miles Davis, DVD’s importados donde se encuentra la historia del swing y de las grandes bandas. Asisten a conciertos en el Lunario del Auditorio Nacional, se compran el disco inédito de Lena Horne, y al final, en las pláticas cantineras, con más de cinco copas en la cabeza, quieren sobreponerse como los catedráticos del jazz.

- Simplemente observaba al hombre molesto que no sabía a donde quería llegar, solo sabía que estaba harto, quería gritar algo, y si soy un poco sincero, esperaba a que en mí buscara a la persona indicaba para hablar de música sin caer en aquel perjuicio, pero me equivoque cuando lo seguí escuchando. – He llegado a la conclusión que las personas que verdaderamente sienten el jazz, y que no pierden el tiempo en estar buscándole la rítmica o el compás, no son aquellos que escriben en las revistas o en los periódicos, no salen en radio con programas especiales, y mucho menos aquellos que hacen bibliotecas para documentar el jazz. No, encontré a la persona exacta con quien compartir mi gusto por el jazz, mi gusto por sentir y escuchar a todos esos músicos que dejan su vida en el escenario.

Debes de saber que para poder apreciar alguna pintura, un libro, una película, o un concierto, hay que tener sensibilidad, - me exponía con disgusto, tratando de tener la razón, y sin dejar que le expresara algún comentario - esa pasión la busque en muchas personas. Recuerdo cuando asistí a un concierto de los Dorados, invité a una amiga que me gustaba, y siempre platicábamos de nuestras locuras, de lo que nos deleitaba y de lo que definitivamente no podíamos digerir. Ella saboreaba la música clásica, el rock ingles y el famoso Word Music; así que se me hizo la persona ideal para compartir mi gusto sobre el jazz, pero sabes una cosa, me equivoque, ya que cuando estábamos en el concierto de este excelente grupo mexicano, de pronto la notaba distraída, en otras bostezaba, y parecía como si la hubiera llevado a un partido de fútbol de segunda división.

Un día en mí casa me propuse llevar a unos amigos, de esos cuates que de vez en cuando se asoman por los museos para ver las exposiciones del José Marín o del Garnica. Que han tomado sus cursos de fotografía y que tiene sus bandas de rock, y pus ya ahí entre el cotorreo de la noche, les pongo algo de la fabulosa Fitzgerald, pero en ese momento, al hacer la transición entre Radiohead, Gotan Project, Café Tacuva, y la maestra del scat, muchos de ellos se mal viajan y hacen sus protestas musicales. Total que durante toda la noche se logra poner desde Chemical Brothers, blur, La margarita, o inclusive al farol del Armando Palomas, pero el disco de Ella Fitzgerald nunca encajo.

Me voy también a lo pocos cafés donde ponen jazz, pero de la gente que esta tomándose el chocolate, el té o su respectiva cafeína, pocos le prestan atención a las los temas que pasan por sus oídos. De aquellos que noto que mueven el pie y que se emocionan cuando comienza algún tema entre el fondo de las tazas y las voces de la gente, me llego acercar, les manifiesto mi gusto por el jazz, y al principio es fantástico, logramos coincidir en muchas cosas; pero como a la mitad de la platica, alguno de ellos se clava en lo que ya te había dicho, en eso de creerse en el semi-dios que tiene todo el conocimiento sobre este genero musical, y no se trata de eso.

Pero encontré justamente en la persona que menos imagine la manera exacta para poder deleitar el jazz, la hallé en un ser humano que no rebasa el metro y medio de estatura y que es capas de decir frente a quien sea que ignora algo. Tropecé con el justamente antes de ir a un concierto de Lalo Mendez. Tenía dos boletos y nadie tenía el tiempo para acompañarme, no quería que se desperdiciara aquel boleto, así que tome a la única persona que se encontraba en mi sala, y sin decirle a donde iríamos, me lo llevé al concierto.

Nunca me había acompañado mi sobrino de diez años a un concierto, lo máximo que habíamos recorrido juntos, era la tienda de la esquina para comprar dulces, y esta era la primera vez que sería acompañado por un infante a un concierto musical, y esperaba lo peor. Quizás a la mitad del concierto me diría que esta aburrido, me haría comprarle algún postre para mantenerlo quieto, inclusive iba preparado para que en algún momento se escucharan sus gritos o sus lloriqueos, pero no fue así.

Realmente estuve con una persona que, en efecto, nunca dejo de hablar en el concierto, pero lo hacía para preguntar como se llamaba el instrumento que Lalo se llevaba a la boca. Se paraba de la silla y se acercaba a los músicos, jamás había visto que alguien le prestara tanta atención a los movimientos de un músico como lo hizo en ese momento mi sobrino. Fue el único individuo que en el lugar se atrevió a bailar lo que le gustaba, decir que tal tema ya le había aburrido y que era muy largo, y en lugar de tomar una pose de seriedad o de intelectual, sencillamente disfruto el concierto.

Así que desde ahora, con quien escucho mi música y disfruto el jazz, es con mi pequeño sobrino, que no puede pronunciar correctamente a Dizzy Gillespie, pero si sabe perfectamente lo que tiene que hacer cuando lo llega a escuchar.

1 comentario:

Abraham Chinchillas dijo...

No podìa permitirme el mal gusto de dejarte mi correo electrónico en otra entrada que no furs esta. Se escucha lacónica la trompeta de Miles en el fondo: achinchillas@yahoo.com.mx

Un abrazo.
Abraham Chinchillas